domingo, 8 de mayo de 2011

*[¿Princesa? Já]*

Al salir de clase, yendo hacia su casa, se paró delante de una frutería. Era la hora de la merienda, y los poderosos colores de las frutas la llamaban desde la otra acera. Amarillos, rosas, azules, morados, naranjas, verdes y rojos le deshacían la boca en agua. Compró una manzana. Perfecta. Tan roja y brillante que veía su propia cara reflejada en ella.
Andaba mirando los escaparates y comiéndose su manzana cuando se desmayó en medio de la calle. El tendero de la frutería sonrió y colgó el cartel de "cerrado".
Nadie podía explicarse el motivo de su coma. Ni los médicos, ni los curanderos, ni los exhorcistas... Es por eso que sus padres, en pánico ante la falta de información, acabaron aferrándose a la falsa creencia que todo el mundo había oído alguna vez: que vendría un príncipe que la besaría para despertarla.
Así pues, uno a uno, todos sus ex-novios, por si las moscas, pasaron por su cuarto (de nuevo), comentando lo bonitas que eran las cortinas y el papel de la pared, como si no las hubiesen visto nunca. Unos lo hicieron con mucho gusto, alegando que si la chica seguía dormida tras su beso al menos lo habían intentado, y sino, pues eso que se llevaban. Otros iban recelosos. Otros iban muy obligados.
El primer ex que se pasó por los labios de la chica, encantado, fue el chico más Romántico con el que ella había estado. La besó repetidas veces y salió disparado del cuarto, enfadado con él mismo por no poder formar parte activa de un cuento de hadas.
El segundo que puso los pies en la alfombra que ella tenía bajo la cama fue su ex más Feliz. Un chico que siempre iba alegre de un sitio a otro y de los pocos que había conservado como amigo tras una relación. La besó y salió algo apenado de allí, sin resultados. La echaba de menos desde que estaba en estado vegetativo. Un día intentó llevarsela de marcha, pero en coma, simplemente no era lo mismo.
El tercero, sin duda, podía considerarse el más Mocoso de todos. La había seguido de por vida y la acosaría hasta la saciedad. Al enterarse de que los demás iban a ir a intentar salvarla, salió disparado a ver si podía fardar esa noche de algo. Resultó ser que nunca sería un príncipe, pero oye, había besado a una princesa, ¿no?
El cuarto fue el más Dormilón, uno que no se movía a menos que se le arrastrase. Parecía que le costase incluso llegar a los labios de la chica. Viendo que tardaba mucho, los padres saltaron esperanzados, creyendo que la princesita había despertado. Ilusos. Entre tres sacaron a Dormilón de la cama, abrazado a ella, que se había quedado sopa.
El quinto llegó servido de un gran libro. El más Sabio creía que podría besarla de alguna forma efectiva. A cada página del manual los besos iban cobrando pasión y tuvieron que apartarle de allí cuando empezaba a quitarle la ropa a la pobre chica inerte. No lo habría disfrutado dormida.
El sexto, que se resistió hasta el último momento era el más Gruñón. El típico que la quiere hasta la médula pero una vez se sufre un mal de amores ya no quiere saber nada más de ella. Entre los otros cinco, menos Dormilón que andaba apalancado en el sofá, consiguieron estampar la cara de Gruñón, que rufiaba como si le metiesen ácido en la boca. No pasó nada. Bueno, sí. Que el tipejo se volvió a enamorar de ella, ahora que al estar dormida no podían discutir. Típico.
El séptimo, y casi olvidado, fue el más Mudito. Y Mudito porque no hablaba y era bajito. Llegó, la besó y se fue sin que nadie se enterase. Como cada noche que entraba en su cuarto antaño. Aunque tampoco fue necesario que se enterasen de nada. La chica siguió incosciente.
Pasaron los días y las semanas y los meses y los años. Y seguía tiesa. Sus padres hubieran practicado la eutanasia si hubiese estado conectada a algún cable. Que no estaba conectada ni al de alimentación, total, como toda princesa era anoréxica. Los padres no querían tener que soportarla al despertar cuando descubriese que pesaba 5 kilos más. Quita, quita.
Su príncipe, por lo visto, las prefería rubias, porque no aparecía.
Lejos, cabalgando lejos de allí, tan lej...

- ¡¿Qué demonios?! - dijo ella.

Cogió, se despertó y saltó de la cama. Se fue al baño, se pegó una ducha y se arregló. No sabía cuál serían las tendencias de esa temporada, pero el look pin-up nunca pasaba de moda.
Labios rojos, pelo negro, cara blanca, raya negra. Vestido. Tacones.
Recogió las cosas de su cuarto en cajas y llamó a un servicio de mudanzas.
Cogió el monedero.

- Papá, mamá, me independizo.

Y se fue de casa, dejando el rastro del eco de sus tacones y el olor a cerrado en su cuarto de la infancia.

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