lunes, 30 de mayo de 2011

*[De mi Negro a mi Naranja]*

En muchos países existe la cultura, entre mujeres, de cortarse el pelo ante algún desengaño amoroso. En sitios como Japón, Inglatera,... a golpe de tijeretazo se ven caer junto al pelo todas y cada una de las vivencias, los recuerdos, las emociones. O, al menos, eso esperan las desesperanzas chicas.
Es normal querer cambiar de look al terminar una relación, pero siempre lo he asociado a motivos como la sed de revancha. Eso de que cuando alguien te deja, tienes que demostrarle como sea que está equivocado, que vales mucho. Y como un estúpido o estúpida lo haces, demostrando de hecho lo poco que te importas a ti mismo o misma. Pierdes personalidad.
No obstante, siempre he tenido esa costumbre, no por llamar la atención del susodicho. Yo asocio mi pelo a momentos de mi vida, y eso es muy duro. Porque si me peino de tal forma, por muy superficial que pueda sonar, recuerdo que cuando empecé a salir con fulano me peinaba igual. Además, mi pelo crece muy deprisa.
De pequeña tenía el pelo sorprendentemente liso. Negro, liso, abundante y por las orejas. Con un kiki y un gran moño como aportación estelar de mi madre. Con los años me lo dejé por debajo de la cintura, muy al final de la espalda y se me empezaron a formar tirabuzones en la parte baja, que no llegaban a rizo por el peso. Así me conoció mi primer amor. A la primera pelea me corté el flequillo recto. Cuando lo dejamos definitivamente me lo puse bajo las orejas. Sé que llevaba con el pelo de esa forma muchos años, y con él sólo dos, pero se había encargado durante esos años de sobarme lo suficiente la melena como para entender que para él, yo siempre sería la chica de la melena negra de tirabuzones.
Me embarqué a mi segunda relación profunda con el pelo corto y muy liso. Cuando volvió a fallar, y ya que cambiaba de instituto, decidí, hastiada, dejar de peinarme. Pensaba que la gente me tomaría como alguien más despreocupado si me despreocupaba de mi imagen. Aunque como ya he dicho, todo esto se hace incoscientemente y además, han pasado demasiadas personas por mi vida como para hacerme un cambio cada vez que una aparece en escena o deja de hacerlo.
El tercer él me pilló inconclusa. Y con el pelo alborotado y corto. Como era un él de idas y venidas constantes 2010 fue el año de cambios de look más abrumador de todos. Me corté el pelo unas 5 veces, tuve todo tipo de flequillos y me cambiaba a diario de peinados en un vano intento, inconsciente, por supuesto, de que cogiera y se marchara de una vez por todas de mi vida...o mi corazón. La última vez que me corté el pelo fue sobre agosto del año pasado, y sí, se ha ido de mi vida, pero aún me falta limpiar el corazón. Tengo cita en la peluquería para el día después de mi graduación, el 25 de junio. Como le recuerdo junto a todo tipo de peinados he decido cambiarme el color, y depurarlo de raiz. ¿Qué mejor manera?
Voy a quemarle y de todo el carbón negro, surgirá un precioso fuego naranja.
Ya lo creo.

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