miércoles, 12 de marzo de 2014

Seno y coseno



La primera vez que nuestros caminos se cruzaron, nos parecimos unos cualesquiera sin rumbo. Nuestra vida continuó como si nada.

La segunda vez que nuestras vidas fueron secantes, le vi por completo. Entendí los rincones de su mente, supe comprender los bordes de su personalidad. Preveía sus acciones, sus emociones, todo lo que pudiera pasarle por la mente me era ya familiar. La línea de sus labios me delataba su estado de ánimo, el nerviosismo de sus manos me revelaba sus intenciones. Le vi. Por completo. Y sabía que yo era vista de la misma forma íntima, como si danzara desnuda ante su mirada huidiza. Nos separamos ambos con una punzada en el corazón y un zumbido persistente en la conciencia.

La tercera vez que nos encontramos, la armonía había expirado. Nos ignoramos como si fuéramos más que extraños, como si el mundo hubiera suspirado sobre sí y hubiese empequeñecido de repente. El hilo que nos tensaba nunca existió. No había conexión.







Pero esas cosas pasan.