sábado, 24 de septiembre de 2011

*[Crisis espiritual]*

- Se le veían las carnes entre los jirones de la ropa que tan gastada llevaba. No es de extrañar que no le permitan entrar en ningún sitio.

- Está usted equivocado, hermano. La pobreza no es un crimen, y mucho menos un pecado. Podría comparársele, tal vez, con una maldición. Porque es como un círculo vicioso que atormenta al hombre desde su nacimiento y no le deja crecer. Si no hay dinero, es imposible comprar una reputación, y sin reputación pocos hombres tienen dinero. Pero eso, que no anda usted acertado. La miseria sí, la miseria sí. Ya puede ser un señor el poseedor de tierras y empresas y negocios prosperos de acá a un futuro, que tras su bombín y su chaqueta y sus zapatos caros puede estar encarnado el demonio mismo, ¿entiende? No es cuestión económica, no concierne a eso. A la degradación, a la enfermedad, que habita en la mente de uno y ya le persigue de por vida. Ay, si yo me fiase sólo de aquellos que van hechos un figurín. ¡Qué sabrá usted, compadre, de los vicios que pierden a las personas! Había en la otra calle un señor que trabajaba en una herrería y por las noches cosía, escucha bien usted, ¡cosía! y mejor que muchas mujeres, vea usted, mejor que muchas. Trabajaba con el sastre porque tenía una hijita enferma, escupía sangre ya a los cinco años, una cosa mala. No mucho aguantará, y la madre, de cuidarla y verle medio muerta cada día, sin poder jugar con sus amigos en la calle, enfermó y quedó tísica en pocos meses. Dos enfermos en casa, el médico, la medicina, las sábanas, que se tiran no vayan a tener la enfermedad, y él de herrero. Un caso, un caso. Así que todo lo gastaba en su hijita y su mujer como hombre responsable comprometido a su familia. No iba a dejar morir a lo que había nacido de él, o aquello que amaba, no señor, y no podía comprarse unas botas nuevas por lo que iba a trabajar con harapos y barbas, que se ahorraba del barbero. No habrá hombre más pobre y más rico de alma. Y yo lo veía, antes de conocer sus causas, o sus consecuencias más bien, y lo miraba con asco y no le dejaba a mi mujer ni que respirase su aire, ¡qué verguenza me doy ahora que conozco la verdad! Sin embargo, allá en las casonas alejadas de la ciudad vive un noble, varón pimogénito que anda siempre con sus caballos y sus dineros, cortejando a dama por día, y diciéndole lo mismo a cada una. Las desvirga y adiós, oiga, ¡adiós! Las pobres damitas se creían en el altar, había ya hablado el galán con las madres y las familias y al ser pobres gastaban sus ahorros en comprarle trapitos bonitos, de moda, para que agradaran a su futuro marido. Pero eso a él le daba igual, porque si tiene problemas nadie le tose, ¿quién le va a toser si va a los negocios de los padres de las muchachas y con eso que gasta en las empresas alimenta a la familia por dos días? Pues los padres sólo pueden morderse las lenguas y clamar por lo bajini, llegar a casa con el rabo entre las piernas y escuchar el llanto de la hija sintiéndose como un canario en jaula, que o canta o no le echan alpiste. Y yo lo vi un día y le dije a mi mujer que se acercara y le presentara a mi hija mayor, que tiene edad ya para casarse y es bonita aunque de humilde casta. ¡Por Dios juro que apunto estuve de bendecir yo aquella unión! ¡Fuese posible la deshonra para la familia por los necios prejuicios! La miseria le salía a los ojos cuando miraba los pechos desnudos de una chica joven y ya, habiéndose configurado una imagen mental, ni otearlos quería de nuevo. Un depravado. De lejos debí haberle olido e impedir así las posteriores lágrimas de mi hijita. Pero los lujos me cegaron. El egoísmo humano, ¡no se ría, oiga! ¿cree usted que no hubiese caído en su trampa? Se lo digo yo, apuesto que sí. Se imaginaría usted ya en los campos cuando hace calor, o cazando en invierno, con holgura en su empleo, que siempre tendría al yerno. Ay, conoceré yo al hombre... Hermano, vienen tiempos muy malos para el bolsillo...¡pero peores para el alma!

lunes, 12 de septiembre de 2011

Sensación de vivir de las chicas profiláctico

Taconeaba molesta en la acera de la parada del autobús. Sabía que el curso de los acontecimientos la llevaría, irremisiblemente, a llegar tarde, cosa que no podía permitirse. Además, no era sólo la impaciencia lo que la carcomía. Se sentía incómoda embutida en ese vestido de cuero y exponiendo sus piernas salvo por las finas medias de encaje. No obstante, sería improbable que la dejasen pasar al antro al que iba si no se vestía así. Miró a un lado y a otro, intentando atisbar la frente del vehículo en el horizonte de la carretera, pero no fue así. Un hombre de anciana edad, que estaba sentado en la parada, no le quitaba el ojo del trasero. Y ella no dejaba de moverlo, nerviosa. Como el transporte metropolitano no daba señales de aparecer, buscó una alternativa.

- ¿Dani?- preguntó después de sacar el teléfono de la chaqueta, descolgarlo y marcar un número conocido- ¿te importaría llevarme al centro?...Sí, ahora. Es urgente. Gracias.

Tras varios minutos recostada en la pared reconoció uno de los coches, corrió hacia él y se subió al asiento del copiloto.

- Muchas gracias por venir- dijo al entrar.
- Nada, no importa. Me pillaba de camino.
- Ya.
- Bueno, ¿no me dices qué es eso tan urgente?...Eh...te estoy hablando.
- Ah, perdona- le contestó apartando la vista de la ventana-, estaba distraída.
- No me digas. ¿Me lo vas a decir?
- He quedado con Malène.
- ¿Con esa zorra?
- Sí, es la mejor compañía cuando, precisamente, quieres zorrear.
- No es tu estilo. ¿Por eso vas así vestida?
- ¿Esto es un interrogatorio? Qué sabrás tú de mi estilo.

Continuaron el viaje callados hasta adentrarse en las calles del núcleo de la ciudad.

- ¿Dónde te dejo?- tajó Daniel.
- En Sello.
- ¿La discoteca nueva?
- Sí.
- Ajám- espetó frunciendo el ceño y arrugando la barbilla.
- ¿Qué pasa?
- Nada.
- ¿Te crees que soy tonta?
- No he oído cosas muy buenas de ese sitio.
- La gente habla por hablar.
- Tú sabrás.

La dejó dos locales antes del garito y salió pitando, a una velocidad propia de cuando estaba enfadado. Ella, al poner los pies en la calle sintió frío y se abrazó el costado, buscando en sí misma algo de calor. La verdad es que no sabía muy bien dónde se estaba metiendo.

- ¡Por fin!- exclamó Malène agarrándola por el brazo- ya creía que no llegabas e iba a tener que entrar sin ti. ¿Sabes cuánto cuesta conseguir una entrada de éstas, tía?
- ¿Hincar mucho las rodillas?
- Más o menos- respondió riendo su nueva amiga.- Conozco al dueño, ya me entiendes. ¿Has venido en autobús?
- Como llegaba tarde he llamado a Dani.
- Parece tu taxista.
- Ya, le debo un polvo.
- Se preocupa por ti, está bastante pillado.
- Sólo es sexo. Además, para preocuparse ya están mis padres.

Pasaron guiñándole un ojo al mastodonte anfetaminado de la puerta, dejaron sus prendas de abrigo en el guardaropa y se dirigieron a la barra. El local, como cabía esperar de todo lugar de moda era oscuro, ruidoso y de decoración decadente. Con todo, se antojaba bastante amplio.

- Necesito cogerme una buena esta noche- comentó Malène acercándose a la camarera.
- ¿Y eso?
- Está mi ex por aquí.
- ¿Y?
- No quiero verle y recordar que me dejó por mi mejor amiga- le respondió sonriendo y, posteriormente, se giró y pidió dos vodkas.
- Yo no quería, gracias.
- ¿Quién ha dicho que sean para ti?

Se generó un silencio incómodo, que no se rompió hasta el segundo trago, cuando la anfiitriona creyó oportuno:

- Bueno, yo te dejaré dentro de un rato. Tengo que ir a ver al dueño a la sala VIP y agradecerle las invitaciones. Pásalo bien, guarrita. Por cierto, bonito vestido. Casi se te ven las tetas.
- ¿No es eso lo que se pretende?- contestó ella, sarcástica.

Hablaron de alguna que otra banalidad hasta que Malène, con su imponente figura, considerablemente más ebria que antes, se encaminó a la planta superior.
"Habrá que bailar sola" se dijo en su fuero interno para infundirse ánimos. Bailar le gustaba, aunque en compañía y cuando estaba relajada, y no tensa y a la defensiva como estaba en esos momentos. Aún así necesitaba una noche como ésa y ya había llegado muy lejos, moviendo hilos y consiguiendo entrar, como para marcharse a casa. Creyó que le costaría adaptarse, pero pese al miedo inicial a la torpeza supo acoplarse bien. No era la única bailando sola, ni mucho menos. Todos en aquel lugar parecían almas solitarias, buscando pecado en la sombra, ocultos por la noche y encubiertos por el alcohol y la ropa lasciva. La inyección de adrenalina le subió al cerebro y conquistó su cuerpo; en poco tiempo estaba dándolo todo en medio de la pista. Se le acercaron chicos y chicas, y gente con género no identificado, hasta que perdió la cuenta de con cuantos o cuantas bailó o se besó. La humedad del ambiente y las luces intermitentes terminaron por marearla, así que paró para ubicarse y buscó refugio en el aseo. Los tacones empezaban a dolerle.

- Perdona- avisó a una chica rubia que estaba en la puerta del baño,- ¿eres la última?
- No, yo sólo quiero vomitar.
- Pero, ¿estás bien?- le preguntó preocupada.
- Nnnnoo- respondió vomitando en el suelo.
- ¿Quieres que avise a alguien?
- Ya estoy mejor- dijo al terminar de echar todo.- Gracias. Incluso es mejor así, había cenado mucho esta noche y no quiero engordar.

Vio como la chica se marchaba así, sin más, con sus kilos de menos, y se lavó la cara para refrescarse un poco y eliminar los atisbos de aquel olor.
Cuando volvió a la pista la magia se había marchitado y el final del embrujo le refrescó la memoria. Empezó a recordar de nuevo todo aquello por lo que estaba allí, en aquel tugurio de diversión noctámbula. "A la mierda" pensó mientras se bebía una copa que encontró por allí tirada. No supo lo que era exactamente, pero le quemó la garganta y le subió rápidamente a la cabeza, que es lo que quería. "Vamos allá".
La noche cobró su impulso devastador y emborronó cada una de las imágenes que le fueron sucediendo: manos, roces, labios, alcohol, humo, oscuridad, penumbra, oh no luz, molesta, oscuridad, mejor sí mejor, sábanas, plástico, mal aliento.
Se despertó casi al amanecer en la cama de un extraño y prefirió no mirarle la cara al salir. Hacía frío aquella mañana, aunque no lo percibió con claridad, todavía estaba turbada por la noche anterior. No había dormido en una casa alejada de la discoteca, por lo que se encaminó hacia la estación de autobuses andando, cogió el primero de la mañana y estuvo en su casa a la hora. No estaban sus padres, perfecto. Se descalzó y se tumbó tal cual en la cama, mirando al techo. Como no podía dormir se encendió un cigarro. "Mierda, no recuerdo si se puso condón."
No se había sentido tan vacía nunca, pero eso no le preocupaba. Tenía mucho, mucho humo para llenarse entera.










sábado, 3 de septiembre de 2011

*[Esto son sólo cosas que me pasan por la mente]*

Nueva York es la ciudad que nunca duerme, pues si a las siete de la mañana toda su población se pusiese en marcha se requeriría tal cantidad de electricidad que se produciría, sin remedio, un apagón general. Los taxitas no acuden a donde se les llama, pues es tal la cantidad de personas que requieren de sus servicios que les es preferente, tras dejar a sus últimos clientes, vagar sin rumbo hasta divisar a otros nuevos, que sería casi simultáneamente. La propina es una cultura establecida que suele rondar el diez por ciento de la factura, pues el salario de los empleados del sector servicio es tan bajo que de lo que viven, realmente, es de este aporte extra. A pesar de que estés en la planta más alta de tu edificio y el mundanal ruido no alcance tu habitación, se puede seguir apreciando un zumbido, de fondo, que indica que todo sigue ahí, que si sales encontrarás tiendas abiertas, coches pitando y gente comiendo por las calles, sea la hora que sea. Si te paras en medio de una calle cualquiera verás como todo tiene un por qué y todo se mueve hacia una dirección que, como las personas que siguen su cometido diario, es inevitable.

viernes, 2 de septiembre de 2011

*[Vuelo]*

Las nubes se difuminan y el cielo brilla, bajo mi percepción. Puede que sólo sea eso: el punto de vista de una adolescente a mil metros de altura. Serán los millones de pies que me alejan del suelo los que me confieren esta seguridad. Llevo cuatro horas entre cabezadas escurridizas, provocadas por la pastilla que evita mis nauseas y provoca en cambio un estado de semiincosciencia difícil de soportar, comida de catering de sabor ajado e impersonal, los toques de brazo del compañero, absolutamente desconocido, y las más de cien páginas de un libro recién estrenado como única compañía viable. El vuelo, con todo, no me es desagradable, como si lo fue la carne mustia de la comida y la angostura del servicio. Muchas veces me he contemplado mí misma ansiando un resquicio de tiempo para sentarme y, simplemente, escuchar música, como ahora, que estoy obligada. Con la almohada y la manta que han repartido de manera individual y poniendo el respaldo del asiento en horizontal me puedo transportar unos segundos a mi cama. Además, si abro los ojos me veo envuelta en nubes. Las alas del Airbus, situadas unos asientos por delante del mío, me recuerdan a las gaviotas. No sabría decir por qué a una gaviota y no una cigüeña o un gorrión, pero es así. 
Aquí arriba el tiempo pasa más lento porque el Sol me sigue la espalda. Se perpetúa un continuo mediodía a donde quiera que vaya. Parece mentira que haya salido de Madrid a las 2 y vaya a llegar a Nueva York a las 4. Con todo esto, se me detiene el tiempo, y esa escasa ganancia, porque estamos hablando de vulgares horas humanas, me permite dejar volar, amén del cuerpo, la mente. No dejo de pensar que a día de hoy me queda todo por hacer, que tengo que empezar a fabricar mis vivencias, para cuando me jubile y ya no me queden más sueños sino tan sólo un puñado de recuerdos a los que afiliarme, y que estoy avanzando en una dirección esperanzadora. Tengo la impresión de que voy a conseguir lo que quiero, a pesar de lo pesimista que siempre he sido. Aquí no cabe el miedo, o será que no vuela en mi avión. 
Con el mar abajo, puedo decir que todo, en este preciso instante, es luz y vida.