miércoles, 29 de febrero de 2012

*["La culpabilidad como silogismo" parte II]*

En mi casa el tiempo se demoraba bajo otras leyes naturales. Si mirabas por la ventana la casa ardía, si mirabas a la cocina la gente te observaba desde el exterior. Estaba esa sensación de paranoia hiperactiva que me impulsaba vomitivamente a otro lugar. El suelo rechinaba, la televisión crujía y mi almohada me asfixiaba, por mera diversión. No sentía que las paredes se ahuecasen o que viejos fantasmas violaran mi privacidad, simplemente el vacío se hacía insoportable. Yo, que no aguantaba la compañía humana, ansiaba ahora el no estar sola. Hacía ya dos años que, en contra de mi vocación y mi contextura, tenía miedo a convertirme en un perro doméstico, aniñado e histérico que aullara por cualquier ápice de vivencia en campaña y detestara la segunda vivienda. Tenía pánico a ser una raza definida, a hablar de mis necesidades hasta el mediodía, pasarme la tarde desparramada por las baldosas del baño y parodiar mi propio estilo de vida por la noche. Es por eso que mi casa me provocaba una ansiosa urticaria.
Me duché, intentando desadherir una parte de la lujuria que me exhumaba por los poros, me tomé un café y me abalancé a la calle con una muda nueva de ropa y una idea en mente. Descolgué el teléfono móvil y llame:

- ¿Nadine? Vente a almorzar donde siempre. Invito yo.

Las doce de la mañana, todo perdido, horrible. Nadine. Nadine. Nadine. La liberación tan pronto, imposible.  Odio esperar. Decidí ir andando para hacer tiempo. Nadine con diecinueve, con su pelo, sus ojos, la cara sin pecas, su juventud. Sobre todo su frescura. Mark se merecía mi pureza, Nadine menos. A Mark le agradecía el impulso inicial, la generosidad de ese primer socorro que me había salvado de mi propio caos. Por otra parte, ella había avocado mi gratitud, claro que sí. En realidad, tampoco hacía mucho que la consideraba encantadora. Sentía las mejillas rojas de optimismo. Nadine. Todavía no había claudicado. Toqué el paquete en mi bolsillo y a punto estuve de encenderme un cigarrillo. Recordaba la antigua y dejada sensación de fruición del tabaco sobre el paladar. Oh mierda, Nadine y su frescor.
Habían pasado quince días y me permití dejar pulular por mi enredadera mental un puñado de recuerdos vedados el lapso de tiempo que ocupara mi paseo al restaurante. ¿Qué de malo podía haber en aquello? Como si yo no lo supiera. Cada eternidad sonaba a lo lejos las campanadas del reloj de la iglesia, y sólo había pasado una hora. Llegué nerviosa y tensa y pedí mesa, sabiendo que era la primera en llegar al encuentro.
Inclinada sobre la copa de champán que había pedido me sorprendí a mí misma. Ni me gustaba el alcohol ni la ropa tan vistosa que me había puesto. El darle carácter de cita no me quitaría la carga de conciencia. Aportarle romanticismo protocolario extra no iba a cambiar el hecho de que había otra persona pensando en mis labios y mis "te quiero" desaprensivos. Qué lástima. Yo no era de florituras ni canciones de Gardel. Aquello era sexo disfrazado de tragedia.

lunes, 20 de febrero de 2012

*[Nana a la desesperación]*

Es normal tener miedo.
Es normal tener miedo a caer a cada paso que damos, pues cada uno de esos avances son ciegos. Ni tú ni yo sabemos qué nos depara el futuro, si es que tiene algo que depararnos. Más bien somos nosotros los que elegimos entre la infinidad de oportunidades que nos da la vida.
Es normal llorar por las causas perdidas y luchar por los impulsos sin atender a las consecuencias. Fallar y resignarse no es una opción.
Esta es una oda a los valientes de turno, a los no-perecederos de su ayer. Hay que ser muy osado para enfrentarte a los prejuicios -los tuyos propios y de nadie más- que te llevaron a la situación que te incomoda. Vencerlos y ver que hay otras vías, aunque no fueran las que pensaras desde el momento de partida. Afrontar nuevas verdades, tomarlas como posibles errores desde un principio, abordarlas, sopesarlas y tragarlas al final, con tu orgullo masticado y herido.
Admiro de todo corazón a aquellos que supieron darle al botón de resetear sin resentirse por todo lo que ya habían hecho. No se pararon a llorar, o si lo hicieron supieron enjugarse las lágrimas poco antes de volver a darle a la palanca que accionaría su vida y tiraría lejos toda esa mierda que le corrompía, y parte de lo bello que iba con ella. Porque la vida les iba a cambiar, y ellos no sabían si lo haría para bien o si lo haría para mal. Pero aún así, con ese todo o ese nada tan lejos de sus narices, volcaron los últimos ápices de esperanza recóndita que les quedaba y empezaron a andar sobre el vacío. Sin colchones, sin paracaídas. Ellos solos y su juventud latente.

miércoles, 15 de febrero de 2012

*[La chica que escribía canciones de amor]*

La chica ya no escribe canciones de amor.
¿No escribe porque no ama?
¿No ama porque no escribe?
¿No escribe lo que ama o no ama lo que escribe?
La chica que escribía canciones de amor pensaba que si no escribía llegaría a morir y ahora sabe que lo único que le pasa al no escribir, es que no vive, que es muy distinto, pero más triste.