lunes, 28 de febrero de 2011

*[TrisTras]*

Y venga a hablar, y a hablar, y a hablar.
Y yo sin poder dejar de mirarle las tetas.
Ojo, que luego hablan de los tíos, pero hay escotes imponentemente hipnóticos.

viernes, 25 de febrero de 2011

*[Huele a Primaverano]*

No sé que es peor a día de hoy, 25 de febrero:

Que las 7 horas en la biblioteca  me hayan derretido el cerebro
o que los 30 grados al sol me hayan derretido la líbido.

sábado, 19 de febrero de 2011

*[Blackout]*

Te desfibrilas en
la plenitud de un pensamiento
y acabas dando al mundo
el pálpito de una idea
que debería amoldarse
pero acaba desvaneciéndose
entre los ecos de un mito.

martes, 15 de febrero de 2011

*[Caídas mortales]*


Abrí los ojos con su nariz pegada a mi pómulo izquierdo. Me gustaba dormir en el lado de la pared, y aunque a él también, siempre me lo consentía, como cuando al terminar de comerse un pastel me había guardado el centro. A veces le dejaba a él en esa parte de la cama, pero despertaba en mi sitio. Ya no tenía la sensación de extrañeza al levantarme entre aquellas cuatro paredes que me acuciaba al principio. Me había acostumbrado a convertir su cuarto en mi refugio.
La luz de la luna incidía de lleno en su rostro, aportándole un color blanco mortecino. Me recordó a la nieve cuando cae suavemente en la montaña, y pese a ser verano sentí frío. Le acaricié un rizo con cuidado de no tocar su piel para no congelarme los dedos y salí de puntillas al salón. Abrí el balcón y me senté en la mesa de cristal sin hacer ruido. Las estrellas en vacaciones suelen parecer más grandes. Me imaginé saltando de una a otra, de forma aleatoria, intentando descubrir que había más allá, donde los satélites no llegaban y los telescopios perdían su visión. Lo cierto es que me daba miedo caerme de alguna de aquellas estrellas aun sabiendo que en el espacio no había a donde caer. Por eso preferí pensar en otras cosas.
Así, sin más, aparecieron en mi mente recuerdos obsoletos, los cuales me había encargado de encerrar tiempo atrás. Le oí a él, como un eco, llorando. Pidiéndome perdón por no amarme. Porque no le salía, no por mí, por él. Y me oí a mí, o más bien todo lo contrario, porque yo optaba por guardar silencio. Después me presentaba en su casa, pidiéndole que me hiciera el amor, tal vez para olvidar que era una niña y eso no me correspondía. Quizá porque mientras me hacía el amor lo frío de sus ojos se contaminaba de lascivia, o tal vez porque mientras me hacía el amor olvidaba, simplemente, que para él era tan insignificante como lo soy para el universo.
Él siempre me reñía por ser tan distante, pero no sabía cómo explicarle lo difícil que es encontrar una mota de polvo, tan diminuta e innecesaria, en medio de la galaxia.
El ruido de la puerta del pasillo me sacó de mis elucubraciones. No necesité mirar atrás, conmigo sólo estaba él. Se sentó a mi lado, y me miró calculando la distancia a la que debía aguardar. Por lo general, no me gustaba que la gente me tocase. Las personas tocan por conveniencia, y a mí eso me da asco. No es el tacto, sino el gesto. Los abrazos me recuerdan a las boas constrictoras y los besos a los pactos con el diablo. No me gustaría vender mi alma sin entrarme. En particular, con él pasaba lo contrario: me agradaba tenerle cerca. Enmarcado en su cuerpo se mimetizaba en el mío y perdíamos los límites impuestos por la física teórica para, en la práctica, fundirnos el uno con el otro. Él me ponía sobre sus pies para que no pisara descalza el suelo, y así danzábamos por la vida. Bueno, danzaba yo, porque aprendí a andar sobre sus pasos y a no saber caminar sola.

-         - ¿Estás mirando las estrellas?- me preguntó dubitativo.
-         -  No, me da miedo.

Vi cómo se debatía entre sus ganas de cogerme o lo correcto de quedarse donde estaba. Si algo adoraba de él era que, siendo totalmente incorrecto, acertaba. Me sentó en su regazo y me quitó el cabello del cuello. Cuando ya había saciado su necesidad de olerme pareció serenarse.

-          -¿Miedo?
-         -  Están muy altas- dije esquiva.

Notó mi adversidad a su roce y se tensó alerta. Le daba pánico enfadarme, le daba pánico perderme en mi propia madeja mental, le daba pánico no saber qué pasaba por mi cabeza; sin embargo, confiaba demasiado en su capacidad de improvisar e hizo lo que mejor se le daba por entonces: entenderme. Con la punta de su nariz recorrió mi cuello, mirándome al final del trayecto con esos ojos de exculpación que tanto hacían que a mí me entrasen ganas de huir a la vez que me quedaba.

La carne es débil y la mía es frágil. Todas esas llamadas quedaban tan lejos de nuestra burbuja que decidí no preocuparme. Apoyé mi cabeza en su hombro y contemplé las estrellas. Tenía que vivir el presente y no intoxicarme del pasado corrosivo que subrayaba en color púrpura lo que entre los dos se discernía. Además, sería ridículo temer a algo que ya ha sucedido teniendo por delante la extensión de un futuro en el que, sin duda, acabaría cayéndome de las estrellas.

domingo, 13 de febrero de 2011

*[Sujetadores para Peces]*

De espaldas a mí, el tirante de su sujetador le caía por el hombro. Podría clasificarla según el sujetador que usase. Sólo era mía cuando se ponía sujetadores blancos.
Al borde de la cama, con la cara apoyada en una de sus rodillas desnudas, miraba los peces de mi pecera sin decir nada. Yo la apreciaba, recostado, bajo los influjos del sol de un mediodía de jueves. Su figura se evaporaba en cada contorno, siendo los codos tan blancos como el cuello y tan trasparentes como el agua en el que vivían mis peces. Uno de los instantes en los que me distraía observándola sentí el apremiante impulso de abrazarla por detrás, antes de que su esbeltez desleída saliese por la ventana a danzar con los rayos del astro rey.
Un mechón de pelo cayó preso de los lunares de su columna vertebral cuando ladeó la cara. Me rozó la mejilla con los dedos y preguntó:

- ¿Cómo se llaman?
- ¿Los peces? No les puse nombre.
- Qué cruel. No podrás enterrarlos como es debido si no tienen nombre.
- Muy bonito, ya los estás matando. Además, son sólo peces, se tiran por el váter.
- No, se entierran en cajitas de cerillas.

Se giró, y cuando estuvo frente a mí, me sostuvo la cara entre las manos y con la mirada más intensa que le había visto me pidió que le prometiese que los iba a enterrar. Antes de que pudiese responderle saltó de la cama y se perdió por el pasillo. Resoplé y volví a recostarme. Nunca vi a nadie tan distante, tan abstraído. Cuando su ropa interior era negra, roja, rosa, celeste, beige, o de cualquier otro color, ella no era mía. Porque sólo cuando la adivinaba blanca debajo de su ropa, sabía con certeza que entraría en mi habitación. Y aun estando en mi mundo, su mente no dejaría de vagar por el suyo, a millones de años luz de donde estábamos.
Volvió con un paquete de pan bimbo y se dispuso a partir media rebanada en trocitos minúsculos.

- Por dios, amor, son peces.

Se volvió como impulsada por un resorte al escuchar el "amor" y tras la frialdad inicial consiguió formar una sonrisa a medida que sus pómulos se sonrojaban. A veces nos pasaba que acostumbrados a la rutina de las parejas normales confundíamos términos. La vorágine nos arrastraba, y ya no discerníamos entre lo real o no. Las palabras se mezclaban con el sexo y los sentimientos tomaban el cariz de un 14 de febrero tardío. Después retrocedíamos y guardábamos un estricto autocontrol hasta que el otro con pasmosa naturalidad hacía como si no hubiese pasado nada. Ninguno quería romper el pacto non nato que nos arrastraba a los brazos del otro, ni quebrar la confianza de la relación funambulista que se paseaba de tanto en cuando por la cuerda del circo de nuestras vidas.

- Son peces sin nombre, y se merecen un poco de cariño. Cállate o acabarás comiéndote su comida.

Me sacó la lengua, a la vez que terminaba de echarle el pan a mis mascotas sin identidad y se abalanzaba sobre mí. Recordé entonces que su ropa interior era blanca y se la quité rápidamente por miedo a descubrir que se acercaba más al color hueso o al crema.
Embebidos ya el uno en el otro, con la respiración agitada, y recostados buscando algo de aire sereno, abrió los ojos pese al cansancio:

- Batman y Wonder Woman.

La miré y rompimos a reír.


Aunque su calor ya no se me enredase en los rizos por las noches y sólo hablásemos por cortesía, cuando Batman y Wonder Woman murieron, la llevé en coche a un campo en las afueras de la ciudad, cerca del río.
Se agachó, con su cajita de cerillas en una mano, y con la otra empezó a desenterrar la tierra húmeda que yacía yerma a sus pies. Cuando me agaché a enterrar la mía no pude acertar si lo que corrían por sus mejillas eran gotas de lluvia o estaba llorando porque había entendido que pese a llamarlos con nombres de superhéroes, aquellos pobres peces no fueron capaz de recomponer una historia en la que el color de la ropa interior se anteponía a los sentimientos.

sábado, 12 de febrero de 2011

*[Desconocida confianza o Cómo agrupar la valentía en un escrito]*

A ella le gustaban los espacios temporales, por eso al llegar la encontré sentada en un taburete, con los pies colgando, haciendo barquitos de papel. Me saludó con una sonrisa propia de cuadros, pero no supe catalogarla, pues rozaba la melancolía y rebanaba la sinceridad.
Me senté a su lado, pedí una copa y me encendí un cigarrillo. La curiosidad de sus ojos se me anticipó:

- Tranquila, no es tu culpa.

Las palabras se le enredaron en los labios, y a punto estaba de reconvenirme cuando prefirió guardarse sus opiniones. Pensaba tocarle los labios, para silenciarla, pero ya se había callado. Quería recordar los surcos de su piel carnosa, sin embargo, me daba miedo impregnarle del aroma del tabaco.

- Me encanta desconocerte - dijo agazapada sobre si misma.
Aún se me erizaban los pelos cuando la percibía tan pura lejos de la mierda de mundo en la que me movía.
- ¿Por qué?- atiné a preguntar.
- Porque es bonito volver a recordarte cada vez que te veo.

Sus palabras me asestaron un golpe en el costado. Mientras removía con la pajita su refresco, yo me diluía en sus ojos para acabar derritiéndome con los hielos de su té helado. ¿Recordarme? Yo la recordaba cada día, bien fugazmente, bien prolongadamente. Sus manos me acariciaban mientras paseaba por la calle, como si fantasmas me hiciesen despertar de un trance. Sus pelos ondeaban tras cualquier farola, como cuando jugaba al escondite tras mis sábanas, sorbiendo un poco más mi olor e impregnando el suyo en mi almohada. Pero no podía decírselo, ni el alcohol me daba fuerzas para agarrarla y pedirle, por favor, que aparcase la distancia entre los dos debajo de su falda, o al fondo del zapatero de su cuarto.

- Querías hablar de algo- dije recomponiéndo mi máscara.
- Sí, me voy. Quería que fueses el primero en saberlo.
- Hace meses que no te veo.
- Lo sé. Por eso no me acordaba de ti.
- No obstante, te has acordado de mi.

Terminó su bebida, apagó mi cigarro y me cogió de la mano. Cuando salimos fuera, lejos del humo y el ruido, pude percibirla bajo la luz de los bares de mala muerte. Las recuas de los pliegues de su vestido ahondaban por el pasado, avisándome de lo mucho que iba a echarle de menos. En mi condición, la olvidaría empezando por perderme en las medias de las otras, y la volvería a tener presente cuando en mi casa oliese a desayuno de domingos. Pero siempre me quedarían los cafés al atardecer grabados en la retina.
Podría haberle besado. Los besos significaban poco para ella. En su mundo interior, las caricias sólo tenían la valía de las monedas de cambio necesarias para vivir. Los besos, por el contrario, eran como estrellas asiáticas. Si la hubiese besado, me habría ido con un último sabor a miel podrida y ella con la acritud del sabor del tabaco.

- ¿Sabes por qué me gusta desconocerte? - suspiró mirándome a los ojos y soltándome las manos - Porque me enseñaron a no amar a desconocidos.

*[A altas horas de la noche]*

Ella pasaba por allí cada noche, a partir de las doce. Con las pestañas negras y los labios rojos. Él la esperaba.
- ¿Dónde vas?
- ¿A ti qué te importa?
- Estas no son horas propias de una dama. Sólo me preocupo por una pequeña indefensa perdida en la noche.
- Nadie te lo ha pedido.
- Sé que lo haces por verme.
- Puedo ver a otros.
Él se le acercó por detrás, cercándola, empujándola contra una pared.
- ¿Qué estás haciendo?
- Lo que me pides en secreto, a gritos.
La besó intensamente, durante los pocos segundos que dispuso de ella antes de que le apartase.
- Déjame, no vuelvas a hablarme.
- No vuelvas a buscarme, entonces.
- He de irme, he quedado.
- Adiós, preciosa. Te veré mañana.
- Ni en tus sueños.
Pero los dos sabían que él la vería mañana y que ella le vería también. Porque ella no quería ver a nadie más y él no esperaría por ninguna otra. Porque los dos prolongaban la situación de juego, la excitación del odio. El tira y afloja de enemigos innatos.
Al fin y al cabo, ¿quién puede resistirse a una chica de labios escarlata?

martes, 8 de febrero de 2011

*[Rapsodia de una pesadilla invernal]*




Invernal, que no infernal. O también.
Creo que voy a coger como sello personal el formato de mis videos, a petición de un amigo. Hasta que no lidie bien con el programa, seguirán saliendo así.
Quería introducir un poco este video, ya que lo tengo desde el domingo y si no lo subí hasta hoy fue por un motivo.
Suelo tener pesadillas bastante a menudo, o sueños caóticos. El nombre hace referencia al contenido, que no es otro que una sucesión de retazos de mis pesadillas diarias. Enfocadas a un tema, eso sí.
Espero haber podido reflejar un poco la distorsión de mis sueños, y la sensación de desasosiego, o de confusión, que suelo experimentar. Hay muchas metáforas que os dejo a libre interpretación.

Atte: Una soñadora compulsiva

miércoles, 2 de febrero de 2011

*[Muere]*

No tengo ningún tipo de problema
en enunciarte de nuevo.
Tampoco me da miedo
que se me caigan las pestañas
de las manos.
Pero, por favor,
apártate de mis muñecas
y regresa al futuro
del que saliste.

*[Escalafandrias]*

Donde
donde
donde
donde,
cuando.
Misi
misi
misi
misi,
misiles al gato.
Toga
toga
toga
toga,
al cura lo mato.
Lo mato yo.
Yo lo mato.
Pena.
De la luna llena
me espanto.
Y me río
del espantapájaros
de la esquina.
El del cigarro
y la mini falda,
al que todos bocinan.

martes, 1 de febrero de 2011

*[Costumbres]*

 
Como pueden observar, he tenido un pequeño problema con la edición del video, y ha quedado bastante aceptable para todo aquel liliputiense que pase por el blog. Para los humanos normales, con ojos similares a los mios, volveré a publicarlo. Hasta que tenga tiempo para resubirlo lo dejaré aquí para todos los que quieran dejarse las retinas.
Atte: La amateur del videomundo