sábado, 12 de febrero de 2011

*[A altas horas de la noche]*

Ella pasaba por allí cada noche, a partir de las doce. Con las pestañas negras y los labios rojos. Él la esperaba.
- ¿Dónde vas?
- ¿A ti qué te importa?
- Estas no son horas propias de una dama. Sólo me preocupo por una pequeña indefensa perdida en la noche.
- Nadie te lo ha pedido.
- Sé que lo haces por verme.
- Puedo ver a otros.
Él se le acercó por detrás, cercándola, empujándola contra una pared.
- ¿Qué estás haciendo?
- Lo que me pides en secreto, a gritos.
La besó intensamente, durante los pocos segundos que dispuso de ella antes de que le apartase.
- Déjame, no vuelvas a hablarme.
- No vuelvas a buscarme, entonces.
- He de irme, he quedado.
- Adiós, preciosa. Te veré mañana.
- Ni en tus sueños.
Pero los dos sabían que él la vería mañana y que ella le vería también. Porque ella no quería ver a nadie más y él no esperaría por ninguna otra. Porque los dos prolongaban la situación de juego, la excitación del odio. El tira y afloja de enemigos innatos.
Al fin y al cabo, ¿quién puede resistirse a una chica de labios escarlata?

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