jueves, 21 de junio de 2012

*[Una hamburguesa en Bagdad]*

Leer una novela negra, cuando el argumento se trunca en una deducción larga, apartándose de la acción detectivesca, es en ocasiones una tarea de concentración. Por eso, mientras leía a Chandler, en su cabeza no se dejaban de agolpar pensamientos de otra índole. "Una hamburguesa en Bagdad sería un título genial para una novela", pensaba. Una gota de sudor comenzó a resbalar entre sus espesas cejas, por lo que decidió que era el momento de cerrar el libro, levantarse de la hamaca, y tirarse a la piscina.
Flotó ,hasta que se le puso la carne de gallina, y se sentó en el bordillo. El bañador mojado le refrescaba el muslo pero el pecho se le empezaba a secar debido al calor sofocante de aquel primer día de verano. No pensaba, su mente se mecía con el movimiento casi imperceptible del agua. Si agitaba los pies, aún inmersos en la piscina, se creaban ondas que avanzaban cada vez más difusas hasta chocarse con la pared opuesta. Allí donde estaba, tan sólo oía el verano aproximándose. Hasta que una avispa interrumpió el momento. Se acercó a la superficie del agua y una de sus alas se hundió, quedando atrapado el pobre insecto en un manto húmedo. Él la observaba en su intento por zafarse del peso de las gotas que la iban a ahogar. Si la sacaba no sabría si lograría sobrevivir con un ala dañada, y tampoco si le picaría. Nunca había sufrido una picadura de avispa y no quería experimentarlo. Por otro lado, si lo más probable era que el bicho no iba a sobrevivir, ¿por qué no hacer menos pesado su sufrimiento y facilitar su final? Socorrer o matar a la avispa.
Tras unos segundos en los cuales no supo concluir su decisión, se quedó impasiblemente mirándola morir. Sólo sería un ser menos en este mundo. No alteraría nada. O quizá, sí. La culpa era del hombre, que había cambiado su entorno. Esa jaula de agua la hizo el humano. A punto estaba de sentir la fatalidad ecologista cuando un brillo extraño se distinguió en sus ojos. Con un movimiento seco arrojó agua a la avispa sumergiéndola unos diez centímetros. Se levantó, recogió su toalla y su novela, y entró en la casa.
Ese acto podría pasar por compasivo, pero fue otro sentimiento el que afloró en él. Un observador atento percibiría el halo de crueldad que le embriagó al mover la mano. Lo único que le impulsó a hacer aquello fue una extraña sensación de superioridad, saber que, si quería, podía matar, que con sus manos y las de sus antepasados ya había destruido parte del planeta. Un segundo y una vida menos. Pero sólo era una avispa.
Pasó el resto de la tarde leyendo, comió un poco de pan con queso, se duchó, se lavó los dientes y se preparó para dormir. Justo antes de cerrar los ojos cayó en la cuenta de que no había cerrado la puerta del patio y bajó a echar la llave.
Esa noche soñó que en su piscina se formaba lentamente un remolino que le absorbía mientras él intentaba escapar nadando en sentido contrario. Cuanto más se esforzaba y más fuerza proporcionaba a sus brazadas, más grande era. Al final no pudo más y cayó. En el último instante de consciencia pudo observar cómo una gigante avispa movía su aguijón formando el vórtice del remolino.
Le despertó un zzzzzzzzzzzzzzzzzzzz, un zumbido constante. Encendió con miedo la luz y miró a su alrededor. No vio nada. Notó el zumbido detrás de la oreja y se palmeó, pero no había nada. Consiguió dormirse presa del cansancio. Al despertar, el zumbido seguía ahí, presente, y ya no desaparecería.

viernes, 8 de junio de 2012

*[Las palabras calladas/El vacío literario]*

"Ser yo eternamente es agotador. Necesito ser yo contigo ya."





P.D: Ravenscroft inigualable en el solo de saxo más famoso de la historia.