sábado, 10 de mayo de 2014

Arrojar una opinión


La situación de las marcas tras la crisis actual


Antes de empezar, me gustaría enfatizar la ausencia de carácter académico en las siguientes palabras. Las conclusiones, ideas y disecciones que voy a desarrollar no se sustentan en ningún artículo o estudio científico. Este texto atiende a una simple pregunta que me surgió mientras leía el primer capítulo de No Logo y no tiene la pretensión de plantear ninguna respuesta. Se trata, pues, de un ejercicio de disertación, en el que discurro caprichosamente de un pensamiento a otro.


 “Así que la verdadera lección del Viernes de Marlboro fue plantear a la vez los dos elementos más significativos del marketing y del consumismo de la década de 1990: las grandes tiendas de artículos económicos y sin pretensiones, que nos proporcionan los artículos esenciales para la vida y que monopolizan una cuota desproporcionada del mercado (como Wal-Mart y otras), y las marcas «elegantes» y exclusivas, que nos aportan lo esencial para el estilo de vida y monopolizan sectores cada vez más amplios del espacio cultural (Nike y sus semejantes).
La manera en que se desarrollaron estos dos estratos del consumismo estaba destinada a producir un impacto profundo en la economía durante los años siguientes”.

En este párrafo, extraído del capítulo “El nuevo mundo de las marcas” de No Logo, Naomi Klein señala los dos tipos de marcas que, según ella, se imponen durante la década de los noventa.
A raíz de la lectura completa del capítulo, podemos deducir del contexto que la situación narrada no dista mucho de la actual: crisis en el sector de la publicidad.

Si bien la crisis en la que nos encontramos engloba a todos los sectores laborales, la crisis a la que se refiere Klein era una de las tímidas recesiones que sufrió Estados Unidos a principios de los noventa tras la caída del bloque bolchevique, el resentimiento de sistemas como el alemán, el suizo o el de los “tigres asiáticos”, y la incontrolable inflación financiera.
Dichas problemáticas han influido sin duda en el trascurso de la publicidad en ambos países, pero la división de los dos tipos de marcas continúa inalterable. Por un lado se encuentran las marcas con nombre y espíritu propio, gigantes como Nike, y por otro, las marcas que compiten en precio, las marcas de distribuidor, conocidas comúnmente como marca blanca.
Así podemos apreciar, claramente, como en épocas de depresión económica las marcas de distribuidor alcanzan con facilidad una alta cuota de mercado.
No hace falta demorarse mucho en la observación de este fenómeno para comprender su lógica. El precio, en productos de primera necesidad, es decisivo cuando falta. La fidelidad a una marca se ve traicionada en pos de un precio más asequible, porque aunque el cliente prefiera su producto de siempre tiene que mirar por su bolsillo.
Entiendo que las especulaciones que sucedieron al Viernes de Malboro hicieran temblar el panorama publicitario mundial durante algún tiempo, pero no fue mucho. Al menos, dicha contrariedad no se extendió un periodo tan amplio como lo está haciendo la crisis que vive el sector publicitario en España actualmente.

Consideramos un factor normal que los compradores recurran a las marcas de distribuidor en este tipo de situaciones y que después, tras la mejora económica, vuelvan a confiar en sus marcas de cabecera. Sin embargo, no sabemos qué pasa cuando el uso continuado de marcas de distribuidor se prolonga tantos años. Estamos ante la crisis más larga que el país –y el mundo occidental-  ha vivido desde el boom de la lucha de marcas iniciado en los años cincuenta.

Todo lo explicado anteriormente es lo que me ha llevado a cuestionarme cuál será la situación de las marcas tras la crisis que nos oprime o, al menos, cómo podrían llegar a ser los escenarios imaginables.
Desde mi punto de vista, la marca con entidad propia nunca va a morir. En este estado de globalización y clonación de productos la distinción es el elemento clave para apelar el reconocimiento del comprador.
Además, sabemos que dentro de las marcas, las marcas de lujo son las menos afectadas por las crisis. Un multimillonario va a seguir su ritmo de vida. Las altas esferas económicas son las que mejor aguantan este tipo de situaciones.
Si el consumismo fuera la bandera empuñada por el capitalismo, la marca sería su blasón.

No obstante, aunque estemos seguros de la existencia ininterrumpida de las marcas a largo plazo, no podemos saber las repercusiones futuras que causarán las marcas de distribuidor. Hemos llegado a un punto en que el la calidad percibida de los artículos de primera necesidad corre peligro. Ante la rigurosa calidad exigida a todos los productos por la Unión Europea el consumidor español no es capaz de notar la diferencia entre un producto de marca y un producto de marca blanca, porque es casi inapreciable. El hecho de que marcas reconocidas fabriquen productos para marcas blancas, puede llevar a la confusión ya que no se sabe exactamente por qué se está pagando. Adquirir el mismo producto con un logo impreso conlleva una subida de precio que la mayoría no está dispuesta a pagar. Las marcas que destinan una parte de su producción a una marca blanca saben que la competencia en sectores como alimentación, limpieza, etc es feroz hasta el punto de que si no trabajan ellos con el distribuidor otros estarán dispuesto a hacerlo.

Así es como se presentan las cosas, pero, ¿cómo lo harán si la economía levanta cabeza? ¿Volverán los clientes a querer pagar más por algo que llevan consumiendo durante años a un precio bajo?

Puede que si termina esta mala racha la gente vuelva a sus hábitos antiguos, o puede que decidan que tras haber pasado momentos de precariedad económica no esté mal gastar algo más en básicos tangibles.
Pero entonces estaríamos hablando de una sociedad insensata, que no ha sido capaz de hacer un análisis profundo de la situación por la que ha pasado. ¿Quién querría pagar más por lo mismo?
Otra posibilidad sería que las marcas sufrieran una evolución más trascendente.
Hemos asistido a cambios espectaculares, en los que la marca maduraba con los años y acababa mimetizándose con la sociedad década a década. Sabemos que las marcas han comprendido la importancia que tiene el cliente y han empezado a considerarlos el centro absoluto de su actividad. Las marcas miman a sus clientes, les pueden dar voz y voto en sus universos. Incluso empiezan a darse cuenta de la urgencia de la responsabilidad social en nuestros días. Las marcas quieren estar guapas y limpias para sus clientes, quieren caerles bien y resultarles ingeniosas y útiles.
Del Viernes de Malboro resolvemos que la solución no consiste en bajar precios por temor a las marcas blancas. Las marcas tienen que mantenerse firmes ahora que ya tienen una identidad independiente y marcada.

En la situación hipotética planteada, donde los clientes no perciben diferencia de calidades entre las marcas y sus competidores, lo único que puede acercar a ambos será un cambio drástico. No sólo los anuncios de precios más asequibles, promociones y sorteos de viajes al caribe que llevan años sacándose ranciamente de la manga en el último resquicio de desesperación.
Ese cambio del que hablo debe partir del razonamiento más lógico posible. Si las marcas buscan ser amigas de sus clientes, deberán escucharlos y apoyarlos. La ventaja de las marcas se basa en su comunicación, en su capacidad de entablar lazos con el público. Sólo una marca puede anticiparse a las necesidades de sus consumidores. No bastará con bombardear un mensaje para que llegue. No bastará la publicidad convencional repetitiva. La comunicación hará a la marca más fuerte y le permitirá alcanzar una conexión con sus consumidores que las marcas de distribuidor no podrán ofrecer. Y ahí, en ese retazo del universo común con el comprador será donde las marcas se afiancen.

En definitiva, todos los caminos son inciertos. Al ser la publicidad una ciencia social donde los paradigmas están condicionados por la libertad del ser humano no se puede afirmar el cariz o la dirección que tomará el asunto. Si bien nuestra ignorancia ante estos futuros acontecimientos es flagrante, la reflexión puede resultarnos muy útil para entender las connotaciones del consumo en nuestros días y los pasos que queremos que tome la publicidad. Llegados a este punto lo único que puedo asegurar es que espero que la situación, en su totalidad, mejore.









Klein, N. (2002). No Logo. Barcelona: Ediciones Paidós Ibérica.