miércoles, 5 de agosto de 2020

Nómada

Me digo a mí misma que soy nómada. Una y otra vez.
Las madrugadas que siento que me hundo en la cama.
Los días que pasan como un agujero de tiempo que explota.
Las tardes que desearía estar en cualquier otra parte.
Las noches que soy sin ti.

Me digo a mí misma una y otra vez que soy nómada
porque tengo miedo a la verdad:
Que si me muevo es por necesidad impuesta
que
No pertenezco a ningún sitio.

Huyo de un sitio a otro temerosa.
Tiro cerillas al pasado y lo miro arder.

Luego llego emocionada y decoro el nuevo hogar
con ilusión y melindres. Cosas que fetichizo
de las que espero felicidad.
Invito amigos, creo recuerdos. Hago planes.
Lleno todo de amuletos bonitos
para que me den suerte y echen raíces.

Luego veo ese nuevo hogar, que nunca lo ha sido,
como el sitio donde comienzo a destruirme
de mil formas nuevas
hasta entonces desconocidas.
donde entregarme carnalmente al olvido.
donde llenarme de humo.
donde amar y dejar de ser amada.
donde oler a color ámbar
donde destruir el talismán estéril que nunca arraiga.

Entendiendo al final
que sobrevivo corriendo.
Huyendo otra vez 
a otro lugar 
aún más lejano
que me reciba con luz y pomos nuevos de obra.
Llenándolo de relicarios y tonalidades amables
que se completen en armonía
para contarme a mí misma
lo que quiero ser en esa nueva casa.
Lo que no soy
ni nunca seré
porque me he quedado sin sitios 
a los que huir.

martes, 2 de junio de 2020

La noche que nos vimos desnudos

Cuando nos vimos desnudos no vi tu cuerpo, solo vi colores.
Verde tu muñeca, rojo tu muslo, rosa tu gemelo.
Navegué en un barco antiguo por un Mar escrito con Eme y nadé con cocodrilos.
Aquella noche me otorgaste un poder tan antiguo, tan milenario, como el de la Dama del Biscione.
Con él leí entre líneas tu dedo. Resoné en los versos de tus costillas una y otra vez, como si fuera prosa.
Dios nos odiaba, pero nosotros nos amamos como tormentas que colapsan.
Con la rabia de dos lobos que aúllan a la luna que no ven. No importaba. Nada importaba, de hecho. Nunca nada ha importado tan poco. Ni tú, ni yo, ni el mundo. Este mundo que está enfermo y al que pusimos el termómetro con inocencia. Pero me decías en susurros que yo era tu última esperanza y me lo creí.
Nos bebimos enteros, nos devoramos como si la carne fuera algo nuevo. Nos sentimos bien, como los Gorillaz, y nos coronamos varias veces.
Y al final volé, pero fue un vuelo negro como el del cuervo. No presagiaba nada bueno: Ahora no estás y las líneas de tu cuerpo se difuminan en el recuerdo. Las palabras que me susurrabas han perdido su significado. 

Sin embargo, me queda un único consuelo. Y es que aunque me quedara ciega, aunque no pudiera mirar las fotos que te hacen eterno, tus colores seguirían brillando en mi mente tan nítidos como el primer día que nos vimos desnudos.