viernes, 20 de mayo de 2011

*[El sol, los Girasoles y el Sol]*

Andar entre girasoles le parecía a estas alturas deporte nacional.
Esquivar tallos rotos y seguir el sendero del sol antes del ocaso era su especialidad. Seguramente nadie podría presumir de la misma profesionalidad que ella en la materia.
Los pétalos le atravesaban las yemas de los dedos y se fusionaban sin pedir nada a cambio. Ni agua, ni sol. Ella no tenía nada que las grandes flores amarillas necesitasen.
Ellas, sin embargo, le proporcionaban mucho más que cualquier otra cosa en el mundo. Reflectaban la luz solar recordándole lo hermoso que es mirar abajo, por muy bello que sea perderse por el cielo. No necesitaba el Sol, teniendo miles de ellos al nivel del pecho. La tranquilidad, el sonido de la ropa restregándose con lo natural, sin prisa, sin pausa, sin más.
Algunas veces se sentía a salvo, para nada presionada entre sus Babeles tornasolados. Otras, la mataba el hecho de sentirse insignificante, inútil y absolutamente prescindible para ellos.
Un día, sabiendo que nada podía aportarles, decidió abandonar sus largos paseos acariciando pétalos de girasol.
Desde entonces, ni el Sol consigue reavivar a las pobres plantas, que se han quedado ya sin Luz a la que seguir.

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