jueves, 23 de junio de 2011

*[El beso de la polilla]*

Conocí a Xiao mi segundo día de universidad. Acababa de comenzar a conocer el edificio y llegaba tarde. Ella estaba sentada en un banco del campus, mirándome divertida:

- ¿Puedo ayudarte en algo?
- Ehh...esto, ¿sabe dónde está el aula 3?

Rió como casi todas las mujeres orientales, tapándose con la mano la boca, y me indicó por dónde tenía que ir.

- Muchas gracias, ¿trabajas aquí?
- Oh, no. Estudio aquí.
- Ah, perdona. Pensé que serías una profesora o algo.
- Ya, no importa. No hay muchas chicas en ingeniería industrial. Y aún menos orientales. Y aún menos, chicas de cincuenta años.
- Creo que debería irme ya. Me llamo Marina, encantada de conocerla.
- Y yo, Marina. Me llamo Xiao- hizo una pequeña reverencia con la cabeza y me dejó salir corriendo.

Al día siguiente, a la hora de la comida, me la encontré sentada en el mismo sitio. Reparé entonces en lo bella que era. Vestida de rojo, de nuevo, con las uñas y los labios rojos también, resaltaba su palidez natural. Tenía la belleza típica de las mujeres orientales. Y pese a su edad, no parecía menos hermosa, sino más elegante.

- ¿Encontraste el aula?
- Sí, claro. Muchísimas gracias. Con la prisa no pude dárselas ayer.

Me invitó a comer con ella y poco a poco se fue convirtiendo en una rutina. Hice amigos en clase, de mi edad, pero estar con ella era diferente. Cuando me contaba cosas sobre China, podía trasladarme allí por los breves momentos que el relato me arropaba. Era mágico. Además, pese a quedarle tan sólo un año para acabar la carrera, ella siempre estaba sola. La gente no era cruel con los estudiantes más mayores, pero sólo rondaban la cortesía con ellos, nunca una relación más profunda.
Un día, como otro cualquiera, mientras miraba las flores rojas de su vestido, le pregunté:

- Xiao, ¿por qué decidiste estudiar la carrera tan tarde?
- Es una apuesta personal- me dijo sonriendo.

Como no continuó con el tema, creí correcto no seguir insistiendo.
Xiao era tremendamente responsable, hasta el punto que rayaba lo enfermizo. Aunque supongo que eso le venía con los genes. No faltó ningún día a clase, menos aquel en que cerraron la facultad. Apareció una chica asesinada en la tercera planta, sentada en una silla y con los apuntes pegados al cuerpo, con su propia sangre. Yo me enteré al abrir el periódico esa misma mañana, donde aparecía una foto del cadáver metido en una bolsa con los pies descubiertos. A la policía le llamó la atención que la chica estuviese descalza, pero yo lo entendí: querría mostrar su bonita pedicura roja a sabiendas de que saldría en la portada de un diario. No obstante, no pensé que se cerrase la facultad entera con el trámite, por lo que nada más llegar tuve que volver a casa. Llamé a Xiao, que aunque no era muy dada a las redes sociales si mantenía una relación jovial con su móvil 3g, y me dijo que ella, al leer el periódico, supuso que cerrarían ese día, por la recolección de pruebas y el barullo burocrático. No encontraron nada, así que cerraron el caso a los tres meses.
Un día en el que me encontraba muy deprimida, por motivos familiares, la llamé buscando algo de consuelo. Opté llamarle a ella, en vez de a mis amigos más íntimos, porque pensé que su experiencia y madurez me aportarían una visión con algo más de perspectiva en el asunto. Ella, al verme deshecha, me invitó esa noche a su restaurante oriental preferido. Durante la comida se mostró abierta, como nunca antes se había mostrado. Me enteré de que tenía una hija, y que su marido había muerto 6 años atrás. Tampoco le importó responder, en medio de uno de sus consejos -con toques proverbísticos-, la pregunté que le había formulado aquel otro día, dos meses atrás:

- Cuando mi marido murió, pasé unos meses en China, con mi madre. Ella nunca entendió por qué vine a España a labrarme un futuro cuando podía vivir de un marido como los muchos que ella me había propuesto. Mis hermanos alimentaban a sus esposas, tenían hijos y habían triunfado en la vida. Yo me había fugado, como quien dice, con un hombre que aspiraba a mucho en un país extranjero. Mi marido era trabajador y ahorró para nosotras tanto que con lo que dejó podíamos seguir viviendo holgadamente. Decidí dejar el negocio que nos había ocupado durante veinte años y estudiar una carrera. Espero conseguir trabajo el día de mañana en este sector y demostrarle a mi madre la valía de una mujer frente al mundo.

A partir de eso, dejó de mencionar de nuevo todo lo que la concernía y no me dejó acceder a más información.
En navidades, como ya sabía donde vivía fui a recogerla a su bloque, ya que me acababa de sacar el carnet y quería darle una sorpresa. Llamé y al abrirme cogió rápidamente el bolso y se apresuró al rellano de la escalera. No pude ver nada de su casa, salvo unos pies, con las uñas pintadas de rojo, tirados en el sofá.

- ¿Es tu hija?
- Sí, sí que lo es.
- ¿Qué edad tiene?
- Cumplió los ventiséis hace dos semanas.
- Tendrás que presentármela un día, ¿no?
- Cuando asumas que no te va a saludar...
- ¿Cómo?
- Mi hija está en estado vegetativo a nivel emocional. Desde que murió su padre no habla, no mira, no responde a ningún estímulo. Sólo sigue con su vida, realizando las funciones vitales.
- Y...- la noticia me impactó en sobre manera- tú, Xiao,- ya había confianza para el tuteo- ¿cómo lo llevas?
- Se ha llevado tres años en China, desde que fuimos a ver a mi madre, y como no mejoraba, la traje de vuelta. La he llevado a todo tipo de médicos y nadie puede hacer nada. Al principio lo pasaba fatal, hoy ya lo he tomado como un estilo de vida e intento no pensar mucho en ello. Pero no he perdido la esperanza.

Xiao era, y es, sin duda, la persona más especial a la que he tenido el gusto de conocer. Por eso me extrañó el día que me dejó pasar a su casa y me golpeó con una tetera la cabeza.
Sólo recuerdo que caí al suelo, y que al despertar lo recordé todo con mucha nitidez. Oí a alguien hablando en el salón, y al asomarme a la puerta, vi la de la entrada abierta. Como tenía miedo, vi aquello como una señal del cielo y salí disparada. Al pasar por el salón, la mujer que estaba hablando sonreía. Supuse que era una vecina.

- ¿Ya te vas?- dijo Xiao sentada en el sofá.

La miré, miré a la vecina y miré a su hija, por primera vez, que me observaban de manera pausada y tranquila.

- Sí, Marina, no te vayas. Pensábamos que te quedabas a comer- inquirió la chica de rasgos chinos que abrazaba a su madre en el sofá.
- No...

Dejé atrás todo aquello, completamente confundida.
Al llegar a casa, y descalzarme, me vi las uñas de los pies pintadas en un intenso y precioso color rojo.

No volví a ver a Xiao, y al preguntar por ella en la Universidad me tomaron por loca. Nadie había visto nunca a una mujer oriental, que rondara la cincuentena y vistiera siempre de rojo. Tampoco quise pasarme por su casa. Y tampoco iré nunca a China.


3 comentarios:

  1. Fantástico Marina, como siempre tus escritos dejan reflexionando, a mi entender, te deja muchas cosas en que pensar, ¿Quien era Xiao?, ¿porque nadie la volvió a ver?, ¿quien era la asesinada de preciosas uñas rojas?, todo esto te deja mucho en que pensar llegando a conclusiones que pueden ser solo ilusiones detrás de otra ilusión.

    Hiel.

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  2. Lo cierto es que ni yo misma sé muy bien cómo encajar todo. Fue una pesadilla que tuve y decidí escribirla. Omití algunos detalles que no tenían nada que ver, pero está entera. También me llevé pensando un tiempo en lo de la hija, sobre todo. Pero creo que es el encanto. El no entender nada.

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  3. E ahí donde radica el encanto, donde uno no entiende y te deja pensando día a día en algo que jamas tendrá respuesta.

    Hiel.

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