jueves, 30 de junio de 2011

*[III]*

Llegó de uno de esos paseos largos - de quince kilómetros- a eso de las cuatro de la tarde. No pensaba en nada, porque rondando los cincuenta grados al sol es difícil pensar, menos en tirarse a la piscina y olvidarse de su propio cuerpo, del calor, del calor de su cuerpo, de su cuerpo y el calor. Se puso la parte de abajo del traje de baño y saltó medio desnuda, esperando olvidarse de su propio cuerpo y el calor, y dándose más cuenta que nunca de que su cuerpo estaba ahí, flotando. Su cuerpo, su pelo, pestañas, nariz, manos. Un pie, y el otro. Brazos y nuca. Su cuerpo y el agua - se sentía más agua que cuerpo-. Se llevó así un tiempo, el tiempo que le volvió la masa y se le salió el agua de la piscina por las orejas. Se tiró en la toalla a leer. Benedetti nombraba a Morgan, y decía también ""Soy otro" Pero no lo era". Su cuerpo y Benedetti. Pero seguía teniendo calor, aún gozando de estar medio desnuda a golpe de agua fría. No se secó al entrar en la cocina - le faltaba educación- y se bebió de una sentada un litro de esa bebida que tanto le gustaba. Que decían que sabía a limón pero a ella le sabía a frescura y soberbia. Y la frescura le gustaba. Y la soberbia también. Como no tenía estómago para soportar un litro de refresco azucarado - ni cincuenta grados de calor- pensó en echarse en la cama. Pero siendo realistas tampoco le dolería menos la barriga, y en la cama acabaría pensando en él, en su olor, en cómo le hacía el amor sin sábanas - por el calor-, y en que ese tipo de calor le producía placer y no reparo y asco y mal cuerpo. Su cuerpo y su cuerpo. En verdad uno sólo.
Mejor irse con Benedetti, que puede ser mil personas y ninguna, y no tiene un calor propio digno de olvido.

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