jueves, 28 de julio de 2011

*[Como si el deseo no fuera conmigo]*

Su mirada se filtraba entre mis párpados con la misma intensidad que la luz de las farolas de la calle intentaban entrar al cuarto. Con la misma intensidad que la luz de la farolas de la calle intentaban alcanzarnos, a nosotros, que gozábamos.
Me miraba pausada, desde arriba, jadeando. Prolongando un momento que debía hacerse eterno, y sin embargo, fluía lentamente, dejándonos sin aliento y sin esperanza.
Mis manos ascendían por sus piernas y caían en su inabarcable vientre. Plano, accesible, vibrante.
Mi nariz paseaba por su olor, que ya no le pertenecía a ella, porque ella entonces era toda mía. 
Su pelo me hacía cosquillas en el pecho, sus pequeñas manos arañaban mis hombros. Era mía

Abrí los ojos en la oscuridad de mi habitación, oyendo las cigarras del parque. Otra vez ese sueño. Otra vez ella entre mis sábanas, en recuerdo de todos los días pasados que la cama se hizo castillo y foso.
Me senté en el colchón y me froté los ojos a sabiendas de que haría falta más de una hora para recobrar la compostura. Puse algo de música tranquila y me abandoné al poema que me había dedicado horas antes. Ese poema que me había alterado al evocar el calor y la música que nos hicimos sentir.
Eran sólo palabras, eran sólo recuerdos, era sólo pasado.
Pero era real, al fin y al cabo. El año que difería su presencia no había cambiado todo lo que sentía al verla, pese a la indiferencia que solía mostrar.
Que el deseo no iba conmigo, que no tenía ganas de probarla, de saberla, de hacerla mía.
Que no me perdía en sus rodillas al verla o no me excitaban sus rasgos.
Que no se filtraba entre mis párpados.
Las noches eran más días sin ella, que les oficiaba la luna y los tejados propios de agosto. Los despertares más reales, menos promiscuos y también igual de ajenos.
Como si cuando ella no estaba la situación era más aburrida, aunque no hablásemos, aunque evitásemos mirarnos. Podía fingir perfectamente que la química no me arrastraba al abismo. Así era más fácil.
Tan sólo debía mantener las distancias un poco más...
...

Sus labios en la nuca, en la nuez, en la oreja izquierda. Su hábil manera de distraerme del destino de sus manos, que bajaban, y bajaban y ah...
 ...


No podía dormir, o trasnochar entre momentos ya vividos, y dejarme llevar por el placer y los impulsos.
Debía estar sereno para afrontar verla sin tocarla, y aparentar que no sabía que todo esto estaba a punto de caramelo. Porque esa cocción desestabilizaba todo el año de separación.
Un único fallo, una contada decadencia y el foso y el castillo y el sudor se haría patente en menos que canta un gallo. Toda esa irrevocabilidad que parecía absorbernos con una simple mirada consentida, una charla agradable, inteligente y ya ni hablar del roce de labios.
Tan sólo debía mantener las distancias un poco más...
...
y todo habría acabado.

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