miércoles, 24 de agosto de 2011

*[Yo y yo misma, en ese orden]*

No me consentía contradecirme, por eso de pelearme conmigo. Todos sabemos que las discusiones con uno mismo son las peores, las más violentas, imprevisibles y corrosivas. Basta tan sólo una de esas reyertas con tu persona para que te pases años sin reconciliarte. Lo peor, sin duda, es que no puedes escapar de esa disputa y ni en la cama, antes de dormir, puedes lidiar con tus sábanas. Un tema delicado, hay que decirlo. Yo cometí algunos fallos que me llevan a la situación actual, de catarsis, cuando menos:

Primero la pifié el día que decidí prohibirme la censura. Porque claro, eso es imposible. Estaba cometiendo una gran contradicción y como no sabía hacia que posición decantarme, si a la inhibida o a la deshinibida, acabé escupiéndome a mí misma, que esas cosas pasan.

En segundo lugar me prometí serme fiel siempre. Lo cual es harto improbable si te dedicas a pasearte por las camas de otras personas y pertenecerles más a ellos que a tu propia integridad. Pero claro, es difícil si la vida te da palos y prefieres morder la almohada a quedarte sin lágrimas. Ahí fue cuando me pegué por primera vez una torta. Para avisarme de que el curso de los acontecimientos no me estaba gustando lo más mínimo.

Por último, el principal agravante de todo aquello fue vivir una vida que no era mía. No hablo de fallos como insultar a la madre de un tío que te ha hecho un feo y que esa madre esté muerta. No, tampoco de echarle azúcar a las palomitas en lugar de sal. Ni mucho menos de algo como llegar tarde a tu boda. Me refiero al peor fallo que se puede cometer: deshacerse en las promesas que otros te hacen de tu futuro, pensar que perteneces a un mundo que se te antoja lejano hasta que ves como la vida se te escapa entre las cuatro paredes que te has estado lapidando durante media vida y darte cuenta de que esa no era tu vida y que derruir esos ladrillos significa quedarte sin vida porque ya lo basaste todo en dichos pilares.

Lo bueno de todo esto es que tengo 17 años, a pesar de las ojeras, y que ese último error, aunque mortal, me propinó a mí misma tales puñetazos y redoble de patadas que espabilé y tiré abajo los pocos ladrillos que me había dado tiempo a colocar de forma errática.

En fin, señoras y señores, sed vosotros mismos y llevaos bien con vosotros mismos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario