jueves, 21 de abril de 2011

*[Siempre he sido parte de este mundo]*

Dicen que el vuelo de una mariposa puede ocasionar un huracán en la parte más alejada del mundo. Es por eso que sigo preguntándome, a cada instante, qué hubiese pasado si hubiese contenido la respiración tres segundos más bajo el agua. Al fin y al cabo, por tres segundos no me habría ahogado.
Si hubiese conseguido contener el aire en mis pulmones aquella tarde de verano, tal vez el maremoto de Japón se habría reducido a unas cuantas olas de gran tamaño. Ideales para surferos intrépidos.
Si al salir a la superficie no hubiese aspirado con tanta energía, probablemente aquel avión se hubiese desviado, sin colisionar con las Torres Gemelas.
Nada hubiese pasado en Haití.

No quiero moverme.
Ya no.
Ni pensar qué demonios conseguí cuando me tiré al mar sin el menor de los cuidados.
No puedo moverme.
No con esta responsabilidad. No con estas taquicardias, que ya deben ser frenadas, para impedir catástrofes mayores.
El tecleo que produce estas letras, fluidez de palabrerío cibernético, me ocasiona más de un dolor de cabeza. Y la catarsis está por venir, a saber.
Hay demasiadas cosas bellas que necesito proteger, cuidar, mimar, ver crecer, simplemente observar. Hay, ahí fuera, un mundo que necesito que exista.
Las estrellas se marchitan solas mientras yo conmociono el planeta.
Ayer desteñí el arcoiris estornudando.
Exterminé una raza entera con un ataque de hipo. A miembro por jadeo.
Destrocé el Amazonas con las pompas de mis chicles.

Y todo eso era tan hermoso.
Todo.
Esto.
Aún así, me está vedada la muerte. Con mi muerte, cada uno de los jinetes de la Apocalípsis tomaría el control.
Correr, caer.
Vivir es morir, y viceversa.
Me comprometo a todo eso. Estad tranquilos. O no.

No hay comentarios:

Publicar un comentario