miércoles, 30 de marzo de 2011

*[Puro teatro]*

Los populachos que entran, lejos de ser elegantes
acarrean jaurías atroces y grotescas
a lo que antes era un teatro de renombre.
El renombre que te llevó a traerme
con vestido y sin espuelas
pretendiendo saber cual es la obra
que rueda entre tus labios.
La magnitud de la sala se antoja rimbombante,
insensatamente asfixiada en colgajos de terciopelo
y lámparas de efervescencia barroca.
Pero no me importa.
Como tampoco las esquinas de los diálogos,
el difuso guión que toma cuerpo en mi impaciencia
sonando a chino, o ebreo, o simple sonido de fondo
cual rata en clavícula, cual rinoceronte en asfalto.
La acción dramática se deja caer por mis retinas
mientras el punto muerto de mi visión intenta abarcarte.
Que des un paso, que desciendas la mano, que me pidas
esconderme tras el moño de la gorda señora del asiento de delante.
No me pidas que abandone el teatro y te siga buscando el beso
que no quieres encontrar en la función que tan cara te ha costado.
El dinero del halo taciturno, las baladas de aquellos que no veo,
la mosca que ronda por los frescos plastilinosos del techo,
las cornás del hambre que irónicamente rodea lo superfluo,
la pajarita halógena que te has puesto, el polvo de los asientos.
El dinero derramado a los pies de la mierda,
tan carente de arte.
El dinero de poder besarme sin perderte gran cosa
o hacerme sentir que yo soy la gran cosa por la que perder tanto dinero.

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