sábado, 19 de marzo de 2011

*[Asco a las alturas]*

Una generación de somnolientos que pasean por las bibliotecas,
que falsifican de verdad aquellos apuntes entre manos
y que huyen de lo que significan las letras.
Los números sin cabellos se agazapan en las cejas
porque no vale aprenderse lo que es necesario
sino lo que mejor queda en el currículum.
Si el arte es tu vida dedícate a la ciencia,
o acabarás muriéndote de hambre.
Que morirse de hambre, sin casa, con carrera,
es peor que tener orgullo y no amilanarse.
No discutas las posibles formas de apilar ideas
o se irán por el retrete de la mente de un fascista
que se cree mejor que tú en aquello que has escogido
y que realmente no te interesa. Ni a él tampoco.
Uno, dos, tres y cuatro años de posibilidades abiertas
y el corazón en un puño abandonado a su suerte
y la miel en los labios que empieza a consumarse,
a evaporarse ante el sol de las estaciones que pasan
por tu vida y reflejan el malestar de lo que te concierne.
¿Yo no era una soñadora?
¿No llevaba banderas antaño?
Aquí me ves, sentada y estudiando lo acorde a mi cabeza,
lo insensato ante mis pasos.
Los edificios que se abren camino en mi camino,
los aviones que construyo
todo un falso muro
para escribir en la casa que gané con el dinero
de mis juegos de mecano.
Eso sí, el bolsillo bien lleno, y la cabeza bien alta
de tener dos másteres en la solapa
de la triste chaqueta del uniforme que me asfixia.
Que ya colgué las filologías junto al deseo de ser invisible.
El caballete tras el armario del estudio de los planos,
que son más serios que los óleos y están mejor vistos por la gente.
El piano siempre está para crecer el deseo incipiente
de aquellos que te crean una musa
y no vean que la musa se masturba con las notas musicales.
La actuación y el drama son para los inmortales
que no quieran sufrir de peste bubónica, malaria, según mis padres.
Y lo malo del pragmatismo es que te nace de la mierda
que te meten los que te dirigen por la vida.
Los que te quieren ver triunfar con la mano en el pecho
diciéndose que gracias a ellos recoges los retales
del triunfo que ellos vieron que te aguardaba.
Pero en el fondo todo pasa, porque te carcomen desde dentro
y ni tú mismo crees ya en lo bien que tocas el piano,
en lo que pueden emocionar tus cuadros,
o en que tu vida se basa en escribir.

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