jueves, 1 de noviembre de 2012

Sudor enlatado

Cuando corro lo hago por el aire. Correr consiste, simplemente, en poner un pie tras otro una y otra vez, cambiando el ritmo. Todo lo que pasa por mi mente queda reducido a las transpiraciones motrices. Nada pasa mientras corro, sólo avanzo. Las zancadas transcurren torpes al principio y después fluyen, haciéndome sudar. Sudo y respiro a partes iguales. La brisa golpea mi cara, y el frío descuartiza mi piel, pero no importa porque estoy corriendo.
El gimnasio, sin embargo, me huele a plástico y sudor enlatado. No veo hacia donde voy, por supuesto, me quedo quieta en una máquina que masacra mis músculos. Como no hay viento, ni su curso natural, mis pasos se hacen repetitivos y me sobra cerebro para volver a mis problemas cotidianos.
El gimnasio no me gusta, pero es útil cuando llueve, como el otro día.
Me ponen a correr frente a una ventana, para que la gente me vea rosa y nauseada. Yo se lo agradezco, como el otro día, por dejarme ver la brisa, aunque no sentirla. A veces la niebla no me permite recrearme en las formas que la cruzan. Pero aquel día la tormenta aplastaba la neblina contra el asfalto y el único humo visible era el de los cigarrillos de la gente. Parece sorprendente que un paraguas plegable protegiese aquel mechero de la tromba de agua que caía. Un paso tras otro, un suspiro, y la respiración descompasada los próximos treinta segundos. Un viandante. Alguien gris con paraguas, alguien gris corriendo con capucha, empapado.
Pudo ser el ejercicio prolongado, o un achaque de mi mente intranquila, pero juraría que la última persona  gris que vi fumando el otro día fue consumida por su cigarro, paraguas incluido.




4 comentarios:

  1. me gusta como escribes marina, tienes estilo,
    un saludo!

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  2. Es fresco, agradable y tiene ritmo.

    Espero no equivocarme, pero me da la sensación de que la persona que escribió esto está en paz consigo misma. Quizás por eso me gusta tanto.

    ¡Un saludo!

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