Seguiremos hablando otro día. De otras cosas. O de ésta. O quizá esta misma noche, entre los sofocos de un verano que amanece y los sueños de una primavera somnolienta, a la que le están quitando el puesto.
Seguiremos hablando ahora, ahora mismo. No voy a dejar que te vayas a menos que quieras dejar de hablar, y para lo que tienes que hacer lejos de aquí, prefiero que te quedes. Tú mismo prefieres quedarte, lo sabes.
No es lo correcto, nadie dijo que lo fuera. Decidiste quedarte, o lo decidí yo por ti, aún cuando lo de ahí fuera era más importante. Entonces, ¿qué más da entonces? ¿qué más da ahora?
La charla banal no es trascendente, pero es placentera. Ambos podemos pensar, aquí dentro, que lo que poco importa fuera, o lo que mucho importa fuera, es totalmente comprendido por nosotros. Sabemos bien qué, quién, dónde, cómo, cuándo cuánto y por qué, y por eso hablamos de ello con total diluencia. Una charla sin ánimo de lucro, locuaz, que nos hace sentir inteligentes. Trascendentes frente a lo irrelevante.
Eso sí, no salgamos. Sabemos lo poco que importamos ahí fuera, extrapolados de nuestro ingenio y expuestos a la realidad.
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