Tomar una rebanada de pan solo siempre es un presagio de algo.
Con el tiempo, además del cuerpo, los sentimientos se apagan. La intensidad aminora, las emociones se cuecen a fuego lento.
Quizá sea porque aprendemos a masticar la vida y no queremos que se nos repita.
Aprendemos a distinguir qué platos nos sientan bien y cuales no. A relamernos la sal de los labios y fundir lentamente el chocolate en el cielo del paladar.
Salivamos la tristeza y la tragamos con gusto.
me gustan todos.me pierde la boca
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