Todas las ciudades son bonitas por la noche. Las luces difusas y las risas de madrugada sólo auguran las promesas de todo lo que puede pasar hasta que el sol asome.
Pero que esa magia persista al amanecer...eso es bien distinto. A esas horas te ahogas en el café y la única esperanza es que la jornada pase rápido, como si de un suspiro se tratase.
El sol duele por la mañana, y sin embargo, yo no cambiaría un despertar en París por nada.
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